miércoles, 18 de febrero de 2015

"LA CONFESIÓN, ¿UN “INVENTO” QUE PUEDE DESAPARECER?"

Lic. Lupita:

He leído en muchas ocasiones que recomiendas la Confesión. Yo creo que es cierto que uno se libera cuando se confiesa con Dios, pero creo que debemos hacerlo directamente con Él, y no ante un sacerdote, que tantas veces falla. Mi hija decidió confesarse después de 12 años y a mí me dio mucho gusto; pero el Padre tenía prisa y la atendió por cumplir: la despidió rapidito, sin decirle nada. ¡Cuánto decepcionan algunos sacerdotes! Mi hija sólo se sintió mejor cuando habló con Dios directamente en su habitación y sin testigos. ¿Por qué los Curas no aceptan que la Confesión se haga directa? Ellos hasta descansarían, ¿no?

Patricia O.



Paty:

Gracias por tocar este tema tan importante para los católicos. Recordemos que la Iglesia no es una asociación de personas que votan para ver qué le acomoda a la mayoría; es una institución fundada por Cristo y llevada adelante por hombres que, en fidelidad a su Fundador, no alteran en nada sus mandatos. Estos hombres, desde luego, cometen errores humanos, pero no por ello bajan las exigencias cristianas, sino que se esfuerzan por alcanzarlas, aunque resulte trabajo de héroes.

La Confesión no es un invento de los Curas. Ellos no son los que perdonan, sino Dios, a quien ofendemos con nuestras faltas. Vamos a entender cómo se instituyó este Sacramento:

Jesucristo dijo a un paralítico “Tus pecados te son perdonados”  (Lc.5, 20). En ese momento los judíos se escandalizaron, porque en su mentalidad sabían que sólo Dios podía perdonar los pecados y no creían en la divinidad de Jesús. Pero Él demuestra que es Dios al curar milagrosamente al paralítico, a la vista de todos.

Perdonó también a la mujer adúltera “Tus pecados, que son muchos, te quedan perdonados” (Lc.7, 47), y al buen ladrón en el Calvario “En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso” (Lc.23, 43).

Jesucristo comunica este poder, para perdonar los pecados, a sus Apóstoles, al soplar sobre ellos el mismo día de su Resurrección y decirles: “Reciban al Espíritu Santo. Quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes se los perdonen, y retenidos a quienes se los retengan” (Jn.20, 23). Así, este poder, exclusivo de Dios, es comunicado a los hombres que Él eligió para fundar su Iglesia.

Lógicamente, el poder para perdonar los pecados no podía extinguirse con la muerte de estos Apóstoles, por lo que ellos lo comunicaron a sus sucesores, imponiéndoles las manos. Por más de 20 siglos los poderes sacerdotales se han ido transmitiendo del mismo modo el día de su propia ordenación.

El Obispo invoca al Espíritu Santo e impone las manos sobre la cabeza del Diácono, confiriéndole los poderes sacerdotales.
Los pecados escuchados por el sacerdote, desaparecen por completo una vez que él nos da la absolución. ¡Ya no existen!, ¡volvemos a nacer!

El Papa Benedicto XVI pidió durante su pontificado que los sacerdotes retomaran esta actividad con amor oblativo. Ciertamente ellos son humanos y, en ocasiones, pueden estar cansados o afectarles sus defectos de carácter. Recemos por ellos que, como hijos predilectos de María, sufren muchos ataques del enemigo, a quien le interesa desarmarlos para que dejen de acercar tantas almas a Cristo.


Más que criticarlos, hemos de orar por ellos. Y nosotros, no renunciemos a este don precioso de obtener un alma limpia con este sencillo acto de humildad: la Confesión Sacramental.

Lupita Venegas Leiva/Psicóloga www.valoraradio.org          
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