miércoles, 2 de noviembre de 2016

¿POR QUÉ DIOS, SIENDO TAN BUENO, PERMITE EL SUFRIMIENTO?

Ciertamente la cuestión del Mal en el mundo es una de las más difíciles de responder en forma contundente. Compartiré un extracto de lo que responde el Catecismo de la Iglesia Católica en sus Puntos 309 al 311, 314, 324 y 400:


Al interrogante, tan doloroso como misterioso, sobre la existencia del Mal, solamente puede darse respuesta desde el conjunto de la fe cristiana. Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la causa del Mal. Él ilumina el misterio del Mal en su Hijo Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado para vencer el gran mal moral, que es el pecado de los hombres, y que es la raíz de los restantes males.

La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el Mal si no hiciera salir el Bien del Mal mismo. Esto Dios lo ha realizado ya admirablemente con ocasión de la Muerte y Resurrección de Cristo. En efecto, del mayor mal moral, la Muerte de su Hijo, Dios ha sacado el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención.

Cristo no vino a abolir el sufrimiento, sino a darle sentido. La cosmovisión cristiana es la única que nos permite encontrar luces en medio de las sombras.

La impotencia que muchos experimentan puede ser una fuerte motivación para hacer algo: encontrar el sentido de la vida al buscar soluciones o ayudas para quienes sufren.

Podemos elegir si resentirnos con Dios y con el mundo para mantenernos en la amargura y el rencor eternos, o decidirnos a ser las manos de Dios y amar a otros al darles nuestro tiempo, nuestra sonrisa, nuestra orientación, y todos los medios a los que podamos recurrir en su beneficio. Existen historias inspiradoras en las que se muestra un grupo vulnerable de la población, que pudo sobresalir gracias a un buen maestro o a alguna persona que los inició en un arte, un deporte, una actividad de servicio.

No es tiempo de reclamarle a Dios sino de fortalecerse en Él y presentarlo a los que sufren, para transformarlos con Su poder.

El gran maestro cubano José de la Luz y Caballero, decía esta verdad lapidaria: “Una persona no muere cuando deja de existir, sino cuando deja de amar”.




Lupita Venegas

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